En los
últimos días en la babel de las redes sociales se habló mucho de la vida
después de la muerte y sobre todo de infiernos. Por lo menos entre mis
contactos o "amigos"; ese neologismo acuñado por infames plataformas
de la Web 2.0. Como
bien decía uno de mis confesos líderes ideológicos
vivientes, Jaron Lanier, para publicar contenido en la
World Wide Web, no es necesario que sea
interesante o valioso, lo que nos lleva a una creciente e imparable acumulación
de idioteces.
Pero el
tema que me motiva a escribir no es tan trivial como la mayoría de lo
publicado.
Hace unos días falleció en la cárcel, sentado en el
inodoro de su celda, el militar que fuera líder de la dictadura genocida que mi
país, Argentina, sufrió entre los años 1976-1983. Murió
preso, condenado y repudiado por la inmensa mayoría de la sociedad, pero se
llevó a la tumba algunos secretos, como por ejemplo el paradero de muchos bebés
apropiados durante su funesta gestión. Niños arrancados de sus madres en la
misma sala de torturas clandestina. La
noticia de su muerte motivó muchos comentarios sobre la vida después de la
muerte. La
inmensa mayoría de los mismos fueron deseos de una eterna sobrevida en
distintos infiernos. Hubo
comentarios irónicos sobre la salud mental y física de los gusanos encargados
de reciclar sus despojos.
Pero
nadie nunca puso en duda la existencia de una vida después de la muerte. Es ésta por lo tanto una idea tal vez más
arraigada en el inconsciente colectivo que la misma concepción de una
divinidad. Me
recordó un libro llamado “El libro del cielo y del infierno”, una antología
realizada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares que recopilaba las
distintas concepciones religiosas, míticas y literarias del paraíso y del infierno que ha creado la
humanidad a lo largo de su historia escrita. Tengo que
buscar ese libro para releerlo pero del recuerdo de lo leído y también de los
comentarios dedicados a la muerte del genocida llego a una clara conclusión.
Los
infiernos que los argentinos le desean al general recientemente fallecido
son muy pero muy parecidos al infierno que el occiso desató en la tierra. Por
supuesto, tanto el cielo como el infierno ultraterrenos son creaciones
literarias, como lo es el mayor personaje del ficción existente, dios; pero las concepciones del paraíso y del
infierno difieren en algo.
Los paraísos,
palabra que viene del griego παράδεισος, paradeisos
jardín; suelen ser fantasiosos y
generalmente irreales.
Los infiernos en
cambio se parecen demasiado a los sufrimientos terrestres.