viernes, 9 de noviembre de 2018

Apuntes para una descripción crítica de la cotidianeidad actual

Tal vez sea la edad, tal vez no; pero lo político atraviesa casi toda mi percepción de la realidad cotidiana. Realidad que en un país como el nuestro nos modifica, oprime y condiciona constantemente debido a sus recurrentes y devastadoras crisis.
El poder de los medios de comunicación junto con sus modernos aliadas, las redes sociales y sus modernísimos aliados como la IA condicionando la big data recogida de la miríada de celulares inteligentes; es enorme y casi siempre oculta más que brinda la verdad objetiva. En todo caso dicha verdad es una construcción interesada y guiada por intereses multinacionales económico-políticos que se impone como discurso a través de las brillantes pantallitas de smartphones que todos parecen estar mirando en una virtualidad universal.
Considero que nuestra percepción de la realidad y nuestro pensamiento crítico y escéptico, pilares de un pensamiento científico y racional se ven seriamente amenazados por usos y costumbres cotidianos que no son otra cosa que imposiciones de discursos de poder “alla Foucault”. Estos usos producen inadvertidamente una serie de síntomas o falacias que me gustaría intentar y analizar sin pretender ser del todo exhaustivo y profundo.

La omnipresencia de lo dicotómico
 En nuestra percepción actual todo es blanco o negro resultando ubicuo el pensamiento del opuesto. Si no sos A seguro sos –A o peor aún si sos –A seguro sos A. En palabras de la política argentina actual, “si criticas al gobierno actual, (de la coalición Cambiemos) seguro sos partidario del régimen anterior, el peronismo kirchnerista”. Cualquier cosa se define por su opuesto lo que lleva a operaciones políticas sumamente endebles pero exitosas como un triunfo electoral apoyado en el odio y rechazo visceral a una gestión y no a una propuesta específica. Pero ese rechazo al rival de mañana puede fácilmente convertirse en el motor de la derrota propia en el futuro. Hace faltan conceptos matemáticos o de ciencias computacionales como la fuzzy logic o lógica difusa que se aparta de valores dicotómicos y se basa en lo relativo de lo observado contextualizando siempre. En otras palabras se define un espacio de probabilidades para definir un modelo de la realidad que se adapta más al fluido devenir de la misma. Otro problema derivado de ver todo como pares opuestos es la creación de patrones de causalidad cuando no los hay. Si todo es lo opuesto de algo, todo también es o la causa o la resultante de algo. Claramente tiene que ver con la estructura de nuestro cerebro que todo el tiempo trata de reconocer patrones, aún donde no los hay, ya que desde tiempos inmemoriales demostró ser una ventaja evolutiva de la mente. Pero en la realidad cotidiana no solemos ver sucesos independientes como tales sino como relaciones de causa y efecto. De ahí a las teorías conspirativas y la paranoia hay un paso muy corto. El rechazo profundo a la aleatoriedad de la existencia es una razón profunda para que este patrón que se repita una y otra vez, pero está siendo exacerbado en nuestra cotidianeidad digital. Muchas, pero muchísimas cosas pasan o existen por puro azar o y tienden a desordenar entrópicamente el mundo en el que vivimos.
  
Prevalencia de la imagen por sobre la palabra
 La imagen ha pasado a tener una importancia superlativa. A pesar de toda la importancia de la palabra y el lenguaje que nos estructura y define nuestro pensamiento, la imagen ha pasado no sólo a ser omnipresente sino a ser más valiosa, más pregnante y por lo tanto más útil para la imposición de discursos o ideas desde el poder.
En publicidad podemos hablar miles de palabras sobre las bondades de un auto deportivo de ultimísima tecnología pero una mega imagen en un led gigante de una mujer joven semidesnuda y voluptuosa abriendo la puerta de ese auto colocada en una avenida transitada de una megalópolis va a vender más autos que cualquier otra cosa. Y de paso cosifica y denigra la femineidad como si fuera un producto adicional incluido en el paquete. Este fenómeno de prevalencia de la imagen en muy poderoso en la redes sociales; que recordemos empezaron como blogs, textos largos, siguieron con Twitter, textos muy cortos; con Facebook textos y fotos, muchas fotos y actualmente todas esas redes están siendo desbancadas por Instagram, fotos y casi sólo fotos, textos casi nada.
La imagen ayuda, fortalece y hace increíblemente pregnante una idea. ¿Acaso el cristianismo no le debe gran parte de su éxito en la difusión en la Europa semi bárbara y analfabeta de la Edad Oscura a la poderosa imagen de una hombre semidesnudo agonizando sobre un árbol? Para un celta, un germano o un romano dicha imagen le remitía a sus propias leyendas apelando tanto al erotismo como a la morbosidad subliminal.
En épocas más recientes me pregunto si el Che Guevara sería tan ubicuamente conocido si Korda nunca hubiera sacado su famosa foto, reproducida hasta el infinito en banderas y remeras. O en la Argentina más reciente el caso de Santiago Maldonado se agigantó y motorizó no tanto por la sospecha de un estado asesino sino por la ubicua foto crística del muerto que con una sugestiva mirada seducía por doquier.

Mediatez en todo. 
 Todo está mediatizado porque todo es más fácil si se realiza a través de algo, lo que engaña a la mente que se ve relevada falsamente de compromisos y responsabilidades. Somos capaces de insultar y denigrar muy violentamente en Facebook pero jamás seríamos capaces de decírselo a otro cara a cara. Esa mediatización hace que el lado más morboso, más salvaje e incivilizado salga a pasear rampante diseminando como un virus maligno las redes sociales. El cerebro se engaña y podemos disfrutar de la adrenalina de una buena pelea o discusión insultante desde la seguridad absoluta de estar conectados sólo a una pantalla más o menos luminosa y a un teclado. Las redes sociales democratizan y facilitan el odio, la agresión y lo que es peor, la psicopatía. Cualquier persona con sus facultades mentales alteradas puede crear perfiles falsos y realizar todo tipo de actos violentos, intimidatorios o delictivos sin dejar demasiado rastro y ciertamente sin sentir responsabilidad alguna. En los medios de comunicación masivos también se relativiza todo y se termina presentando situaciones espeluznantes como la guerra, el racismo, la segregación de inmigrantes o los ataques terroristas como un gigantesco espectáculo morboso a nivel global. Recordemos lo parecido a un video juego de Play Station que eran las imágenes de la guerra de Iraq.  Mucho estallido y ruidos pero de sangre en primer plano nada. Y el dolor humano en primer plano es lo que deberíamos ver siempre, por lo menos para tratar de evitarlo. Nefasta mediatización.

 
Superficialidad de todo y no tolerancia a la diversidad
 La mediatización universal conlleva además la generación de una superficialidad general. Las relaciones humanas tienden a ser cada vez más superficiales a veces bajo una capa de excesiva cortesía o falsa felicidad (“está todo bien!!”) que termina marcando más la distancia entre dos psiquis distintas. También se empieza a generar, a través de dicha superficialidad donde todos nos terminamos pareciendo; una peligrosísima intolerancia a lo diferente, a la diversidad que de todas maneras siempre existe.  Al ser tan superficiales tendemos a ver todo igual y a identificarnos con grupos, personas o perfiles que erróneamente percibimos como iguales a nosotros. Ese proceso se retroalimenta de forma tal que cuando nos encontramos con alguien ligeramente diferente; un judío, alguien con pelo largo, un comunista; reaccionamos con discriminación intolerancia o directamente violencia.  La aprensión de la diversidad infinita de la experiencia humana es parte del desarrollo de cualquier persona medianamente desarrollada pero se ve muy obstaculizada por la imposición de formas de relación totalmente superficiales tanto en las redes sociales como en la vida cotidiana (“Todo bien, no?”  y por supuesto nadie espera respuesta y mucho menos una negativa)
Hasta el amor o el encuentro sexual se encuentran mediatizados desde lo superficial con aplicaciones como Tinder en una tendencia cada vez mayor a la pereza y el abandono progresivo de la seducción, esa poderosa herramienta que sublimada nos dio buena parte del arte y la poesía universales.

Exacerbación del individualismo 
Se impone también una nueva moral, muy subliminal pero perversa que exacerba el individualismo y desdeña por completo los conceptos de prójimo y la solidaridad social.
“Sólo importo yo y no los demás”, “Si yo me salvo qué me importa el resto” y pensamientos como éstos, tan criticables desde la más mínima ética son cada vez más comunes y van a terminar constituyendo la norma, violentamente pasivo agresiva.
El pasar primero con mi auto aunque le corresponda a otro, el colarse en una fila y tantos otros comportamientos de micro hijadeputez no una forma impuesta de destruir una de las cualidades más hermosas del animal humano, la empatía. La capacidad de ver al otro, de ver qué necesita, de ayudarlo, de perdonarlo, son formas emocionales valiosas que van más allá de cualquier religión y deberían ser parte obligatoria de un humanismo cotidiano. Buenos Aires está particularmente afectada por la exacerbación del individualismo egoísta, tal vez por su pasado de ciudad delincuente y contrabandista; y se maneja con mucha hipocresía sin ver la destrucción permanente del espacio público que es el espacio de los demás. Es tan okupa delincuente el puntero peronista que lotea terrenos fiscales para armar una villa a precios de inmobiliaria palermitana como el gerente que estaciona en doble fila durante media hora su 4x4 gigante japonesa para ir a buscar al colegio privado a sus hijos.  En el mejor de los casos estamos frente a una moral de egoísmo ampliado, “yo, mis hijos, mi familia, mis amigos, tal vez los que piensan exactamente lo mismo que yo, y todo el resto que se joda”. 

  
Necesidad de la otredad atemorizante 
El egoísmo violento necesita de algo que lo justifique y eso genera la necesidad ineluctable de un otredad atemorizante. La ignorancia de lo otro produce miedo y el miedo produce egoísmo, rechazo y violencia. Siempre se necesita ver a algún otro como el culpable de todo lo que nos pasa y cuando más diferente sea, mejor. La otredad atemorizante podrán ser los “cabecitas negras peronistas”, “los banqueros de la sinarquía judía internacional”, “los terroristas fanáticos musulmanes”, “los bolitas y perucas chorros inmigrantes”, “las cucarachas planeras K” o “los gorilas vendepatrias de la patria financiera” “las feminazis aborteras”.  Cualquiera, no importa. Sólo importa para la construcción de un discurso mediático y digital que termina siendo un calmante aglutinante contra la inseguridad generalizada. “Qué suerte que yo no soy el otro”. Es decir qué suerte que no soy pobre, o negro, o incluso mujer. Mientras tanto, y muy progresivamente, todos somos cada vez más ignorantes, prejuiciosos, discriminatorios, machistas, gorilas o antiperonistas y nos definimos por emociones de exclusión y de violencia solapada.
Claro así nos vamos convirtiendo de a poco en el consumidor perfecto que compra lo que le dicen que compra, sin importar el precio, y el votante perfecto vota lo que le dicen que vote, sin importar los hechos.

 


Justo, justo lo que el poder desea para nosotros.

¿Y nosotros, qué deseamos?