viernes, 30 de abril de 2010

Filosofía de las sombras

Transcribo un pasaje de un libro de Pascal Quignard. El libro se llama "Las tablillas de boj de Apronenia Avitia" y consiste en el diario apócrifo de una aristocrática dama romana a fines del imperio. Testigo del ascenso del cristianismo al poder, de la desaparición de la vieja religión romana y de la invasión de los pueblos germánicos, sus textos sin hacer alusión directa a la historia; tienen un perfume de melancolía afín a la filosofía estoica.

"Publio cruza el umbral de la puerta. Le digo:

- Primero, estoy sola. Segundo, soy vieja. Tercero, tengo miedo.

- Eso no tiene sombra. Soledad, vejez y miedo no proyectan ninguna sombra en el suelo. Repítete que no tienen sombra. Nada de lo que interpretes del universo dentro del universo tiene sombra.

Publio se sienta despacio. Se ajusta la faja de lana en torno al cuello y el cráneo desnudo. Dice, con un esfuerzo:

- Los sentimientos no existen. Las palabras inventan seres inútiles. No debemos emplear más palabras que las que remiten a objetos que proyectan sombra sobre esta tierra, bajo la luz propia de esta tierra".

Una versión poética del materialismo que fuera borrado por el platonismo primero y por el cristianismo después. Lo concreto es lo que tiene sombra. Lo demás es inexistente.
Pero a lo mejor, lo que proyecta la sombra también es una sombra.

jueves, 29 de abril de 2010

Una frase que se me repite una y otra vez

Epígrafe para un disco que todavía no hice:

"En un mundo donde cada vez hay más diferencias, nosotros decidimos buscar las semejanzas".

Por supuesto que las diferencias son importantes, la cultura se basa en las diferencias. De lenguajes, de usos, de costumbres, de comidas, de cantos, de filosofías, de rezos, de colores. Pero pensaba en otras diferencias, las de la exclusión, las del poder, las del hambre.

Me gusta pensar que las semejanzas son más fuertes.

Una familia noruega después de cenar en el invierno de la noche eterna, se pone a cantar. El padre saca tal vez un nickelharpa.

Un ejecutivo japonés saca una biwa y se pone a tocar para sus invitados, compañeros de trabajo.

En lo profundo de Africa, se reúnen alrededor del fuego a escuchar una historia contada por el más viejo de la tribu.

Alguien en un patio de piso de tierra en Sevilla ensaya una bulería y la cocinera se prende enseguida cantando una copla.

Y en la provincia de Buenos Aires, los peones recuerdan en una pausa de su faena las zambas de su infancia.

Porque la música fue creada para darles a los humanos la ilusión de que son todos hermanos.

No creo que la revolución será televisada, espero que no.

Lo que sí creo, es que debería ser cantada.

lunes, 19 de abril de 2010

El duende

En la época de la Inglaterra isabelina, era costumbre imprimir las distintas partes de las partituras musicales en diferentes orientaciones en la misma hoja. Estaban diseñadas para que todos pudieran cantar o tocar sentados alrededor de una mesa, que imagino al lado del fuego después de una comida.
Esa idea comunitaria y familiar de la actividad musical se perdió. Por desgracia, a mi parecer. Pero algunas músicas populares parecen conservarla.
Esta escena transcurre en un patio de suelo de tierra en algún lugar de Andalucía, hace no mucho tiempo. Una familia o una reunión de amigos, después de una opípara comida se sientan en ronda. Alguien afina un par de guitarras y una señora, tal vez la misma que cocinó, empieza a cantar.
Una canción que habla de su juventud perdida y de amores que ya no son.

En algún momento entre los versos, aparece casi sin querer, lo que los flamencos llaman El Duende.

Podrá no gustarnos la música, podrá no gustarnos el canto. Podrá parecernos ajeno o incluso primitivo. Pero no podemos negar la emocionalidad y el desgarro de esta canción.

Tal vez sea el duende, tal vez no.

Nosotros no somos lo que poseemos. Las posesiones materiales no nos definen.
Nosotros no somos lo que hacemos. Nuestra cotidianeidad no nos define.
Nosotros no somos lo hemos vivido. Nuestra historia no nos define.
Nosotros no somos ni lo que odiamos ni tampoco lo que amamos. Nuestros sentimientos no nos definen.
Nosotros no somos lo que pensamos o esperamos. Nuestras ideas o nuestros anhelos no nos definen.

Casi nadie, sabe, sin embargo; lo que sí somos.

El duende.

jueves, 15 de abril de 2010

Vidriera

Almuerzo mirando a través de un gran ventanal que da a una calle céntrica peatonal.
Es un espectáculo maravilloso tener unos momentos de relajación mirando a la gente pasar.

Algo que cada vez se hace menos, porque cada vez tenemos menos cafés y más coffe shops.

Se me ocurren dos ideas.

La primera, que es recursiva, es que los pensamientos propios de lo que creo es mi yo; son como las personas que deambulan rápidamente por la peatonal. Si yo mismo soy la persona que está relajado tomando un café mientras mira por la ventana; mis pensamientos son las personas que pasan alborotadas durante un instante por mi vista y luego se pierden para siempre.

Pero si eso es así, quién es el que está de este lado del vidrio ?

La segunda idea tiene que ver con la belleza femenina.

No pretendo ocultar que mi mirada se posaba con más intensidad sobre las mujeres jóvenes que pasaban y llamaban mi atención.

Cualquiera sabe lo que le gusta y le atrae, o por lo menos debería saberlo. Por lo tanto tengo algo así como una idea de lo que debe ser una mujer que me gusta. Supongamos que dicha idea es como una frase musical. Entonces todas las mujeres que me llaman la atención o me parecen bellas, son variaciones sobre la misma melodía. Podrán ser variaciones melódicas, variaciones rítmicas, contrapuntos o cualquier otra técnica usada por los grandes maestros. Pero toda la belleza de todas y cada una de las mujeres es una variación en sí misma.
En las variaciones musicales tiendo a pensar que en la melodía original, ya están contenidas todas las variaciones que vendrán a posteriori. Y no soy el único que piensa así. Por algo Bach al final de sus variaciones Goldberg indica “aria da capo”.

Tal vez el amor sea reconocer en la mujer de uno a la melodía principal de las variaciones de la belleza y descubrir, no sin cierto asombro, que la belleza de la mujer que amamos contiene todas las bellezas.

lunes, 12 de abril de 2010

Marionetas

Se tallan en madera
los rostros viejos de las marionetas.
Se manejan con hilos.
Con su arrugada piel y sus cabellos blancos,
asemejan verdaderos ancianos.
Mas. acabada la comedia,
se derrumban inmóviles.

Igual que marionetas, los humanos
pasan, como en un sueño, por la vida.


De Suan Tsong, poeta chino de la dinastía Tang.