En la escena del arte contemporáneo actual es omnipresente la figura del curador de muestras. Los curadores de arte contemporáneo muchas veces contactan al museo o espacio de exhibición, consiguen los fondos, seleccionan los artistas, disponen el despliegue de las obras en el espacio y elaboran un discurso o eje temático que hilvana a toda la muestra. Como figura de poder han desplazado con mucho a los marchands o galeristas y todos o casi todos los artistas contemporáneos se desviven por estar bajo la égida de algún curador en boga.
Muchas veces cuando recorro una
muestra realizada por un curador ya sea en una bienal, un museo o una galería encuentro
que en realidad se privilegia o se considera más importante al discurso del curador que a las
obras elegidas. Porque el curador en realidad está organizando una
"meta-obra" de arte que es su propio discurso compuesto por las obras
individuales de cada artista seleccionado.
Metafóricamente el curador compone una nueva obra, a la manera de un
collage conceptual, utilizando manifestaciones artísticas preexistentes y las
reordena o recontextualiza para
adecuarlas a su discurso. De esta forma, la obra artística individual tiende a perder el
significado original de su creador y pasa a ser una metáfora validadora de un
discurso ajeno y seguramente independiente y muy posterior al momento inspirativo
de su creación.
El "argumento" elaborado
por el curador puede ser concebido a priori y luego se sale a buscar al mundo
creativo obras preexistentes que encajen o validen dicho argumento. O tal vez la generación del discurso se va
autovalidando y generando mientras el curador observa la creación contemporánea
de arte de su entorno y va eligiendo las obras que le interesan. Tiendo a creer que la primera opción es la
más común ya que el discurso, muy teórico y conceptual de las "metaobras"
curatoriales, muchísimas veces viene de campos diferentes, ya sean ideológicos,
políticos, sociológicos e incluso psicoanalíticos y casi nunca se generan por
ideas puramente estéticas.
El problema es que la creación de muestras "curadas" implica un recorte realizado por una figura de inmenso poder que siempre va a constituir una visión sesgada de la realidad del espacio de creación artístico existente. En las bienales o grandes muestras colectivas a veces importa no sólo los artistas que están, a veces elegidos sólo para sumar su renombre al del curador; sino los que se dejaron de lado, que pueden ser igualmente significativos. Todo basado en una elección arbitraria que depende de una sola persona. Por lo tanto se configura un desplazamiento perverso del valor real de la obra de un artista contemporáneo hacia un valor conceptual dependiente de la potencial utilización o no de dicha obra en la construcción de un discurso externo construido desde afuera por un curador.
Antiguamente la figura de poder era
el marchand o el galerista que supuestamente elegía a los artistas
contemporáneos basado en su propio gusto. Los galeristas solían tener un
estilo, asociado a una cierta estética, y no un discurso conceptual que aunara
a sus artistas. Pero esa figura de poder se ha trasladado a la figura del
curador que necesita sí o sí de un discurso conceptual autovalidante para poder
construir su espacio y su valía en la escena artística.
Ese poder es cada vez mayor y como
todo poder concentrado genera grandes inequidades. La práctica artística contemporánea, por lo
tanto se ve degradada a ser sólo un pieza de construcción de un discurso de poder conceptual externo a
ella. Tal vez la curación no sea otra
cosa que una enfermedad disfrazada. Pero cuál será la cura a la curación ?.