jueves, 11 de marzo de 2010

La música no se desvanece en el aire

En algún momento de nuestra vida, tal vez al comienzo de la adultez; nos damos cuenta del paso inexorable del tiempo. La niñez, esa especie de Jardín del Edén privado, es un terreno absolutamente atemporal. Hasta antes de la irrupción intempestuosa de los años escolares, la vida es un continuo fluir sin pasado ni presente ni futuro. Pero al empezar el proceso de domesticación social llamado escuela, el tiempo asoma su fea cabeza en la vida de los seres humanos. El ordenamiento de año tras año de colegio y el saberse inmerso en un proyecto a largo alcance de escolarización dan una primera sensación del transcurrir de la vida. Pero la conciencia de la propia finitud no se forma todavía y el contacto con la muerte no suele ir más allá de la muerte de algún abuelo o abuela, de cuya morbosidad nos protegen celosamente nuestros padres.
Pero al promediar la adolescencia se adquiere la noción de que el niño que fuimos ya no volverá jamás y nuestro cuerpo, con su batería de vellos y voces roncas; nos lo recuerda a cada paso. Una vez adultos nos damos cuenta cabal del ataque inexorable de ese enemigo que como decía un poeta cuyo nombre no recuerdo "nos mata huyendo ...".
Comienza ahí una desesperada carrera por frenar ese paso lento pero seguro que a estas alturas ya nos suena como una inevitable decadencia. Algunos se aferran durante décadas a las vivencias y gustos de sus años juveniles (probaron alguna vez de volver a escuchar esa canción que nos volvía locos a los quince años ?). Otros se embarcan en diversos proyectos tendientes a la perduración (hijos, matrimonio, estudios). En nuestros días parece estar de moda el tratar de lograr el éxito económico; pero a mi juicio me parece el método menos seguro de pelear contra Cronos. Si como alguna vez leí en un libro de biología las células de un organismo humano se renuevan en su totalidad cada siete años; la diferencia entre mi persona actual y mi yo niño de diez años es la misma que existe entre la simpática moza que me está sirviendo un capuchino y yo.
Pero la lucha contra el tiempo es una batalla perdida de antemano. Ni siquiera las Pirámides de Egipto, uno de los más impresionantes intentos de eternidad, pudieron ofrecer un combate más o menos digno. Será por eso que casi todas las personas que pasaron la mal llamada mediana edad siempre hablan de "su época". "En mi época las cosas no eran así...". Si todavía siguen vivos el presente sigue siendo "su época", pero para ellos todo lo bueno es pasado. Tácitamente están aceptando la derrota incondicional a la que los somete el tiempo siendo la batalla decisiva siempre la última.
Qué deprimente dirán ustedes. Acaso no hay nada que resista el paso del tiempo? Ni persona, ni monumento, ni riqueza, ni imperio, ni religión? Tal vez ensayando una manera de respuesta voy a contar una historia.
Una fría mañana de invierno de 1517 un monje alemán llamado Martín Lutero sorprendió a los habitantes de Wittemberg, donde vivía, al clavar en la puerta de la catedral una proclama que criticaba duramente la política del obispo de Roma. Al denunciar la absurdidad de la venta de indulgencias, algo así como un tiempo compartido en el Paraíso que nunca nadie veía cuando pagaba; daba el puntapié inicial a la Reforma. No contento con eso, nuestro molesto monje alemán tradujo la Biblia, el libro dictado directamente por dios como todos ustedes saben; al alemán, para que hasta los campesinos la pudieran leer. Además hizo algo más, compuso música para que los feligreses cantaran, en alemán por supuesto, los salmos y otros textos en la celebración litúrgica.
Uno de esos corales era muy bonito. Tanto que más de doscientos años después, otro alemán obsesionado con dios, Juan Sebastián Bach, tomó la música del coral de Lutero y lo incluyó como coral central en "La Pasión según San Mateo", tal vez la obra musical más importante de Occidente.
Evidentemente el coral seguía siendo muy bonito, porque más de doscientos cincuenta años después, un cantautor y poeta norteamericano, Paul Simon tomó la misma música y la convirtió en una desesperanzada canción sobre el sueño americano, adecuadamente llamada "An American Tune".
Nunca dejará de sorprenderme que el mismo conjunto de notas metamorfoseadas hayan sobrevivido quinientos años de historia con mayor éxito que la totalidad de reinos e imperios que conoció el planeta en ese período.
Pero nunca encontré un disco que tuviera las tres melodías.
El cuadro es "Saturno devorando a sus hijos" de don Francisco de Goya y Lucientes

2 comentarios:

JPP dijo...

Muy buen post Julián, cuando empezaste pensé que te había agarrado la crisis de la mitad de la vida !! pero despues lo resolviste musicalmente !! jaja

Quien quiere huir del tiempo corre en círculo, como las agujas del reloj.
No hay adónde ir fuera del tiempo. Y el tiempo es la vida. La opción es vivirla, en el mientras tanto, uno puede ir escuchando buena música !!jeje

goolian dijo...

http://huginnymuninn.blogspot.com/2008/10/la-felicidad-es-como-el-cine.html