La semana pasada ví en la Web
una conferencia de Tod Machover en Ted. Si no conocen Ted les ruego que le den un vistazo, y si son músicos o melómanos y
no conocen a Tod, búsquenlo. El
hombre está unos cincuenta o cien años avanzado diría yo. ¡Tod, Ted qué trabalenguas!
Antes de hablar sobre óperas con personajes que son
robots, meta instrumentos, lenguajes gráficos para componer música por colores
o cosas por el estilo; Tod explicó
que en su opinión de experto en interfases de última tecnología, la interfaz
más poderosa que él conoce en este planeta es la música. Mucho más allá del
lenguaje, un músico puede dar o darse a conocer con una conexión emocional que
no se compara a ninguna otra forma de comunicación.
Pero la música, sobre todo la música instrumental,
tiene tantas lecturas e interpretaciones como oyentes, dirán ustedes. Tienen
razón, pero eso no le quita ni un ápice de su poder para conmover o mover los
"affetti" como le gustaría
a un barroco. Yo creo que el problema de las lecturas posibles del fenómeno
musical es incluso mucho más complicado.
Hace más tiempo leí un reportaje a la pianista
argentina Marta Argerich. Si bien
ella misma se reconoce argentina es más una ciudadana del mundo que una
habitante de estas grises y deshilachadas pampas. Sin embargo no deja de ser
una intérprete de una potencia inigualable y un personaje fascinante. Una
excéntrica, una "nerd"
diría un angloparlante; que por momentos cuando habla parece acercarse
peligrosamente a la incoherencia. Pero
cuando uno entra en la modulación pausada y medio errática de su discurso, éste
adquiere una profundidad poco común.
En
este reportaje entonces, Marta
hablaba de las sensaciones que había tenido la primera vez en su vida al
escuchar una música en particular. Tal vez un concierto para piano que ella no
conocía, no recuerdo exactamente. Con un lenguaje algo barroco describía la
profunda impresión que le había causado y cómo le había conmovido. Pero lo que
más me llamó la atención en su relato es que ella hacía hincapié en el momento
en que había escuchado dicho concierto. Incluso mencionaba que las sucesivas
veces que lo escuchó su reacción fue diferente. Quedaba claro que cada escucha
era diferente y provocaba sensaciones distintas.
A la obra del psicoanalista inglés Wilfred Bion la conozco de oído. Pero
mi recientemente fallecido suegro, Darío
Sor, era un especialista en Bion.
De él recuerdo haber aprendido que Bion
creó una tabla donde se clasificarían los tipos de emociones y pensamientos de
la psiquis humana. Con mi de-formación matemática y cibernética yo lo pensaba
como cambios de estado, estados mentales; asimilables a la teoría de autómatas
finitos.
Poco antes de morir mi suegro me contó de uno de los
proyectos en los que estaba trabajando, que quedó obviamente inconcluso. Éste
era diseñar un sistema de notación que permitiera preservar de forma escrita
los distintos estados mentales de un paciente durante su sesión de psicoanálisis.
Era como anotar una partida de ajedrez donde la psiquis del paciente se iba
corriendo por distintos estados de una tabla ampliada de Bion como respuesta a las hábiles o inhábiles intervenciones del
terapeuta. Uno de los modelos posibles para construir ese sistema era la
notación de una partida de ajedrez; el otro era el sistema de notación musical
que también transcurre en el tiempo.
Le llegué a mostrar los rudimentos del sistema de
notación musical moderno, como así también las formas de notación pre Guido D’Arezzo1, por ejemplo
la notación pneumática medioeval.
Volviendo al tema de la experiencia tenemos entonces varias
variables a considerar a saber:
una
serie de estados mentales entendidos como el emergente consciente de una
determinada configuración neuronal con sus cargas eléctricas y químicas en un
momento dado en el cerebro.
Por
otro lado tenemos un estímulo externo aprensible desde lo sensorial por la
conciencia previamente descripta.
A
esa idea agregamos el hecho que la confluencia entre estado mental y estímulo ocurre
en el tiempo y como tanto los estados mentales como los estímulos son sumamente
cambiantes las posibilidades de confluencias posibles tienden a infinito.
Cada vez que experimentamos algo la vivencia es
percibida desde un estado mental determinado que al ser cambiante incide en la
forma en que decodificamos la experiencia. Si tuviéramos el mismo estímulo unos
minutos antes o unos minutos después, tal vez no lo percibiríamos e
interpretaríamos de la misma manera.
Además dentro del concepto de estado mental podemos
incluir las emociones. Si estoy deprimido una música determinada me va a
producir diferente al que haría si estoy con ánimo neutro o positivo. La
calidad de la percepción también influye, puedo estar viendo mal o con poca luz
tener errores de percepción porque el modelo mental que percibo puedo llegar
incluso a ser confuso o no corresponderse con la realidad.
Cuando el estímulo externo es producido por otra
persona, la situación se complica sobremanera. Es el caso de la comunicación
entre conciencias. Dos conciencias, dos estados mentales intentan comunicarse
dentro de un canal perceptivo que incluye demasiadas variables subjetivas. “Yo siempre sabré lo que te digo, pero nunca
sabré lo que escuchaste”. La
comunicación entre personas ya sea verbal o no verbal puede considerado un
canal de comunicación muy proclive a discrepancias en la interpretación.
También la comunicación se produce entre seres humanos que tienen estados
mentales distintos entre sí y a sí mismos a lo largo del tiempo. “A lo mejor me decías esa frase en otro
momento y no me la tomaba tan mal”.
Incluso un mismo estímulo externo puede ser percibido
por dos consciencias de formas radicalmente distintas. Dos o más personas, con
distintos estados mentales, con distintas formas fenomenológicas de aprehender
la realidad y con distintas subjetividades para interpretarla pueden llegar a
decodificar el mismo hecho externo de formas radicalmente distintas. Eso me
recuerda un cuento chino clásico traducido por el escritor argentino Bernardo
Kordon, amigo de mi padre; sacado del libro “Cuentos chinos con fantasmas”; del
que ya hablé en otra ocasión2.
Podríamos pensar que toda experiencia es un punto en
un espacio tridimensional con tres ejes. Uno por supuesto es el temporal y los
otros dos son los estados mentales y el tipo de información de entrada o
estímulo externo que el cerebro procesa.
El fluir de la conciencia en vigilia es un plano es dicho espacio
tridimensional.
En resumen, no sólo cambia el mundo constantemente
sino que nosotros o mejor dicho nuestros estados mentales conscientes,
cambiamos todo el tiempo. Por lo tanto nuestra construcción subjetiva de la
realidad es claramente no determinista y me animaría a decir casi aleatoria.
1.- Guido y Juan
Sebastián, probablemente los dos nombres más elegidos para hijos varones de
padres músicos. Que además simbolizan el inicio y el final de lo que hoy
conocemos como “Música Antigua”.
2.- http://huginnymuninn.blogspot.com.ar/2009/02/fantasmas-chinos.html
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