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miércoles, 7 de octubre de 2009

Sobre gustos hay algo escrito, ésto.

El tema del gusto es algo bastante complejo. Por lo menos en algunas personas, entre las que me incluyo. Hay muchas cosas que nos gustan por costumbre y otras por imposición.
Treinta o cuarenta años después me sorprende encontrar que me sé de memoria sinfonías enteras de Haydn, y que me encantan, pero sólo las que tenía mi padre en su vieja discoteca de LPs de música clásica. Puedo tararear el último movimiento de la sinfonía número 60, llamada "Il distratto", pero nada conozco de la 61. Peor aún estoy seguro que nunca llegará a gustarme como lo hace la anterior en el catálogo.
Entonces podríamos afirmar que buena parte de nuestro gusto nos es impuesto desde afuera.
También existe en muchos casos un "contrato" preexistente en lo que se refiere al disfrute de cuaquier manifestación artística. Si yo voy a escuchar una orquesta sinfónica europea, precedida de excelentes críticas, al Teatro Colón, (cuánta nostalgia!); estoy teniendo un deseo tácito de que me va a gustar mucho lo que veré. En el fondo tal vez no sea más que una profecía autocumplida.
Muchas de las cosas que supuestamente nos gustan, están rodeadas de un "aura" que precondiciona nuestro juicio y por ello nuestro gusto. "Cómo que no te gustó la última de Almodóvar ?" o sino "El jazz argentino es de lo mejor del mundo".
Por último existe, por lo menos en mi retorcida mente, una distinción a veces muy nítida, a veces no tanto; entre calidad y gusto. Hay cosas que sé que son excelentes pero no me gustan, (por ejemplo el mundo del ballet y mucho del de la ópera que me son totalmente ajenos) y como contrapeso cosas que sé de dudosa calidad pero que me gustan mucho (como buena parte del rock norteamericano sureño).

Pero me sucede algo extraño que me descoloca por completo en mi visión de las preferencias artísticas y musicales.
Hace unos años, en una feria del libro descubrí un pequeño stand que me intrigó. Era el de la embajada de Noruega. País cuya foto satelital decora el inicio de este escrito. Se visualiza la barroca línea de su costa, llena de fiordos y ríos y una gran masa de nieve al sur del país.
Tenían libros en noruego, que me es mucho más ajeno todavía que el ballet; y algunos discos. Pregunté de qué eran y muy amablemente, supongo que sería el primer interesado del día o tal vez de la semana; me respondieron que eran de folclore noruego.
Me compré dos. No conozco Noruega, no tengo amigos noruegos y no tenía referencia alguna de su música. Lógicamente la cultura noruega debería serme totalmente ajena.

Me enamoraron al instante. Y lo siguen haciendo cada vez que los escucho. Lo que no puedo explicarme es porqué.

Bukkene Bruse y Hedningarna. Tres canciones, dos grupos de folclore. Sobre los instrumentos prometo hablar más adelante.








Bueno, por algo este blog se llama como se llama...