miércoles, 29 de julio de 2009

Qué ves cuando me ves

Hace ya varios días leí una noticia que me heló la sangre. Un niño de once años, Carl Hoover-Walker, se suicidó en abril por no poder soportar la agresión y discriminación de sus compañeros de colegio que lo acosaban porque lo consideraban un marica.
“¿Qué puede llevar a un niño de 11 años a tal estado de desesperación como para quitarse la vida? Me lo pregunto todos los días y probablemente nunca conozca la respuesta. Lo que sí sabemos es que Carl fue acosado implacablemente en su escuela.” Con estas palabras, la madre de Carl Hoover-Walker, se dirigió al Congreso para pedir que se implementen las políticas anti acoso en todas las escuelas de Estados Unidos. “Le decían gay, marica, se burlaban de su manera de vestirse y de moverse. Y la escuela no hizo nada, ni los maestros sabían qué responder. Sólo tenía once años, aún no se identificaba como gay o heterosexual o cualquier otra orientación. Era un niño. Todos esos chicos en su escuela que lo llamaron de tantas maneras lo hicieron porque creyeron que eran las más hirientes y dañinas palabras que podían usar para insultarlo. Y así fue.”

Sus intolerantes compañeros, autores de un pequeño infierno, vieron al gay odiado antes que al niño. Su odio les impidió ver a un niño que muy probablemente no tenía definida todavía su orientación sexual. Lo que de cualquier manera no tenía la menor importancia ya que podría haber pasado lo mismo si Carl hubiera estado en un colegio de blancos o hubiera sido gitano en un colegio alemán o miles de casos parecidos. La pavura que me causa la noticia es que la víctima haya sido un niño a manos de niños.

Cuando vemos a alguien diferente, resalta inmediatamente dicha diferencia. Incluso por encima de lo obvio, como en este trágico caso. Y no resalta la similitud. Era mucho más importante para sus compañeros de clase el hecho que Carl pareciera amanerado que el hecho que fuera un niño como ellos.

Será que tendremos que entrenar a nuestro reptílico y territorial cerebro a buscar las similitudes o mejor dicho el máximo común denominador para frenar el odio ?
Será que lo que nos separa es mucho más fuerte que lo que nos une ?
Será que preferimos siempre ver una diferencia antes que una similitud ?
Será que las diferencias dan más sentido que las similitudes ?

Busquemos las similitudes, pero por sobre todas las cosas, celebremos las diferencias.

Es lo que nos diferenciaría de las bestias salvajes.

O tal vez no tanto...

4 comentarios:

anita dijo...

"Será que lo que nos separa es mucho más fuerte que lo que nos une ?"

Juan Pablo II pidió una vez que lo que nos separe fuese más fuerte que aquello que nos una. Parece contradictorio ¿no?
Pero creo que aceptar las diferencias es como vos decís: la única manera de diferenciarnos de las bestias.

Andres dijo...

Porchia alguna vez escribió lo siguiente: "Creias que destruir lo que separa era unir. Y has destruido lo que separa. Y has destruido todo. Porque no hay nada sin lo que separa."

La crueldad de los chicos es sorprendente a veces. Casi tanto como la de los adultos.

Anónimo dijo...

Está en los genes. ¿Leyeron el Señor de las Moscas?

goolian dijo...

Anita, sin ánimo de contradecir la infalibilidad papal, Juan Pablo II se equivoca fiero a mi parecer.
Andrés, porchia en cambio es casi siempre infalible. Habrá que crear el dogma de la infalibilidad porchiana ?
Anónimo, Rousseau vs Golding ?