Es conocido porque, alrededor del año 120, mandó grabar las máximas epicúreas sobre un muro, de ochenta metros de largo por casi cuatro de alto, de la antigua ciudad de Oinoanda en Licia, sudoeste de la actual Turquía. Los fragmentos, encontrados en el año 1884 forman una importante fuente de la filosofía epicúrea, en lo referente a la física, la epistemología y la ética. Las incripciones además, incluían la doctrina epicúrea del clinámen (desviación), únicamente conocida hasta ese momento por escritos de Lucrecio ("De rerum natura") y Cicerón.
La teoría del clinámen proporciona una solución al viejo problema (planteado por Aristóteles) de la regresión al infinito de las cadenas causales en el movimiento, sin tener que recurrir a la acción de un dios ordenador que funcione como primer motor inmóvil.
Para eliminar el primer motor que Aristóteles identifica con la divinidad el epicureísmo introdujo el clínamen, o desviación espontánea del átomo de su trayectoria, como origen de nuevas cadenas causales. Con ello, eliminaba a los dioses de la cadena de razonamientos a la vez que introducía un factor de indeterminación que solucionaba uno de los principales problemas del atomismo democríteo: el determinismo. Es decir, el clínamen proporcionaba una base ontológica sólida en la que justificar el libre albedrío. Ya que sin libertad las acciones morales dejan de serlo, el clínamen se erigió también en sostén de toda posibilidad de una ética atea.
Se estima que contendría unas 25.000 palabras y no se ha recuperado más de un tercio del total.
Sería una buena idea para imitar en la actualidad en vez de la propaganda mercantilista que quiere convertirnos en el perfecto votante y consumidor, uno que no piensa.