lunes, 4 de agosto de 2008

La deuda

Vivimos en una sociedad que ha creado una cultura basada en el consumo. Tendemos a creer que el valor está relacionado con la posesión y por ende la acumulación; y no por la esencia. La vieja batalla entre lo cualitativo y lo cuantitativo. Marx decía que lo cuantitativo modifica siempre lo cualitativo. Es distinto un carpintero que tornea a mano sus muebles que una línea de producción de fábrica de sillas y mesas. És decir el aumento de la cantidad va en desmedro de la calidad por la necesidad del mercado.
La única área donde encontré una relación inversa es en la práctica artística. Si toco cuarenta veces la misma pieza voy, por lo menos a sentirme más cómodo con los problemas técnicos que la música me pueda plantear. Si hago un sólo boceto con modelo vivo es altamente probable que se asemeje más a un mamarracho que a otra cosa. Si en cambio realizo una sesión de dibujo y concreto unos cuarenta bocetos es casi seguro que al menos la décima parte serán buenos.
Un problema conceptual se produce con el choque entre una concepción cultural donde todos somos clientes que adquirimos productos y la práctica artística. Por lo menos en teoría el mejor arte es áquel no tiene una finalidad más allá de la de su propio gozo. Un verdadero artista disfruta el trayecto y no el destino porque el amor a la obra y a su realización debiera opacar al amor a la fama o incluso al producto terminado. Pero frente a una actividad, costosa en tiempo y en esfuerzo como pintar un cuadro, componer un cuarteto de cuerdas o escribir una novela; en la que el mayor rédito consiste en el placer de hacerlo; la sociedad mercantil-consumista donde vivimos le impone el único molde que conoce y respeta: el de producto económico con valor de mercado.
Entonces se producen varias deformaciones. El diletante que disfruta con la práctica artística se ve impelido a ingresar en un juego en el que posee grandes desventajas. Un artista en un punto de su carrera deberá elegir entre el amor a la obra y el amor a la carrera. Imaginemos a un joven pintor que debe elegir entre la soledad de su estudio para pintar una acuarela más o arreglarse para asistir a un vernissage y hacer el lobby social necesario para aumentar la visibilidad de su personaje en el mundillo artístico.
La otra deformación importante es el valor de mercado de algo que nunca fue concebido, por lo menos idealmente; como un producto de intercambio. Surge así la necesidad de creación de un canon estético que no es más que una valoración arbitraria para clasificar la inserción de cosificaciones en un mundo mercantilista. Cuando Andrew Wiles publica su demostración del teorema de Fermat sólo una veintena de personas en el mundo, matemáticos de trayectoria; pueden decir si dicha demostración es correcta o no. Existe ahí un criterio objetivo, porque un teorema matemático está contenido dentro de un sistema formal claro y con valores de verdad objetivos.
Pero cuando un número no mucho mayor de personas (curadores, críticos, directores de museos, etc. ) en el mundo deciden "tendencias" en el arte contemporáneo; no están haciendo uso de ningún sistema formal. La estética, por más Adorno que leamos, sigue teniendo un sinfín de valores de verdad subjetivos y evanescentes, por lo menos comparada con la alta matemática.
Entonces la construcción del canon estético, no sólo en artes plásticas, sino también en otras artes, empieza a perder valor y ganar arbitrariedad con firmes sospechas de estar al servicio de intereses económicos, políticos o de propaganda. Después de todo no hemos cambiado tanto desde la Edad Media donde la totalidad de la práctica artística era propaganda religiosa.

Yendo un paso más allá del problema de la inserción del arte en la sociedad; pensemos cómo influye esta visión mercantilista en nuestra visión de la realidad.
Quiero citar a André Comte-Sponville, "... toda esperanza decepciona siempre, aunque se satisfaga; por ello la satisfacción con tanta frecuencia es agridulce, como un deseo aventado apenas se lo sacia ... Muchos que comprueban que la vida no responde a sus esperanzas le reprochan absurdamente no ser lo que es (¿y cómo va a ser otra cosa?) y terminan enterrándose vivos en el rencor y el resentimiento... Prefiero la gozosa amargura del amor, del dolor, de la desilusión, del combate, victorias y derrotas, de la resistencia, de la lucidez, de la vida en acto y en verdad. Prefiero lo real y la dureza de lo real. Si la vida no responde a nuestras esperanzas, no es culpa forzosamente de la vida; podrían ser nuestras esperanzas las que nos engañan desde el comienzo ( desde la nostalgia primera que las nutre) y que la vida entonces sólo pueda desengañarnos... Sabor salobre de la decepción, de la cual sólo cura la desesperanza, si es posible, la sapidez agria y muy saludable de la desesperanza. Toda esperanza decepciona, siempre; sólo hay felicidad inesperada".

Tal vez Epicuro, Lucrecio, Montaigne y Spinoza dirían que nuestra torpe visión mercantil nos hace ver el universo como un supermercado en el que nos movemos como clientes insatisfechos. Torpemente creemos que se nos debe algo por nuestra insatisfacción. El universo no nos debe nada. No somos sus clientes y no podemos reclamarle lo que no es.
Sólo podemos reclamarnos a nosotros mismos. La única deuda.
¿O acaso la flor le debe algo a la abeja ? ¿o la abeja a la flor ?

1 comentario:

pau dijo...

Teoría de la Reciprocidad, Dominque Temple.